“Solo sí es sí”, lema feminista que nos sitúa ante otra de las tantas violencias ejercidas sobre mujeres y niñas. Se trata de la violencia sexual como otra manifestación de dominación masculina y de las violencias machistas, que bajo la cosificación de las mujeres y sus cuerpos las convierte en objeto de constantes vulneraciones hacia la libertad e indemnidad sexual, la integridad física y moral, y la dignidad de las mismas.
En este contexto, sería simplista reducir este fenómeno exclusivamente a conductas propias de violación (entendiéndolas como coito forzado) sino que es importante saber que la violencia sexual abarca toda una serie de actos como pueden ser el abuso sexual, acoso sexual (acoso laboral, callejero, stalking), incluso aparecen nuevas formas de ejercerlas a través de los medios tecnológicos como pueden ser el sextorsion, grooming o sexting entendiéndolas como violencia sexual digital muy importantes a edades tempranas. Resulta imprescindible subrayar que estos actos pueden realizarse en el ámbito de la pareja pero también fuera de ella, son comunes en los espacios públicos, ámbito educativo o laboral.
En el camino hacia el reconocimiento de todas estas conductas como una violación a los derechos de las mujeres, es imprescindible girar las miradas hacia el consentimiento de las mismas, de manera que todo aquel comportamiento que mujeres y niñas no hayan elegido en base al derecho de decidir libremente sobre sus propios cuerpos y su sexualidad constituye una violación sexual no consentida.
En esta línea son raros aquellos días en los que alguna violación no sea objeto de noticia, no hay más que recordar las continuas violaciones en distintos puntos de España, ahora realizadas en “Manadas” que han puesto de manifiesto una vez más que estas violencias no solo son una cuestión individual, sino colectiva, y estructural, que manda un mensaje claro y directo y es que el cuerpo de las mujeres puede ser cosificado y sexualizado, y por tanto usado y violentado en cualquier momento. En la medida en que la responsabilidad de ello no gira en torno a quien produce el acto sino que se traslada hacia la propia mujer a y cuestiones relativas como el vestuario y el maquillaje que llevaba, a si habían bebido o incluso a negarse a seguir una relación que ya se había iniciado. No estamos más que ante un sistema que lejos de apoyarlas, las cuestiona y traslada una vez más la responsabilidad y la culpa sobre ellas, haciendo así que las más desprotegidas acaben cargando también con las consecuencias de su desprotección.
Ante esta situación son mayoría las reacciones y movilizaciones feministas que se producen en todo el mundo, y que exigen un cambio en el sistema, de manera que las miradas estén puestas en los hombres que perpetran estas conductas y en la necesidad de acabar con todos esos patrones patriarcales y culturales que la refuerzan y justifican. En esta lucha por acabar con las violencias sexuales, el cambio en las instituciones debe ser imprescindible para un cambio real y aunque se están produciendo iniciativas legislativas que modifican el sistema penal y recogen como delitos conductas que antes quedaban impunes, queda aún un largo recorrido para acabar con esta justicia patriarcal, pero sobre todo, para conseguir una concienciación y un rechazo social que no permita estas conductas, donde solo el sí sea sí, donde la culpa no sea de ella, ni dónde estaba ni de cómo vestía; donde el hermana yo si te creo no sea noticia de titulares sino la norma, para que mujeres y niñas tengan al fin un derecho real a la autodeterminación de sus cuerpos y de la propia sexualidad.