El trabajo por visibilizar las distintas formas en las que se manifiesta la violencia de género, entendiendo esta como todo acto físico o psicológico sobre las mujeres por el hecho de serlo, incluye también reconocer aquellas formas que aun consideradas tradicionalmente ajenas a nuestra sociedad no dejan de ser una violación extrema de los derechos de las mujeres y las niñas, hablamos de la mutilación genital femenina.
La mutilación genital femenina (en adelante MGF) ha sido considerada tradicionalmente como una práctica ancestral realizada en determinadas comunidades, comúnmente en países africanos y asiáticos, si bien es cierto que se consideraba como un asunto privado propio de estos lugares, cada vez es algo más presente en países occidentales debido al aumento de los flujos migratorios. Se estima en España, que 18.000 niñas están expuestas a la MGF, mientras en términos generales se dice que afecta a 200 millones de mujeres y niñas en todo el mundo.
Independientemente del lugar en el que se realice, la importancia radica en reconocerla como una grave violación de los derechos de mujeres y niñas. Y, por tanto, como una cuestión de derechos humanos. Se trata de un procedimiento en el que, sin ninguna razón médica, se realiza la extirpación total o parcial del clítoris (clitoridectomía), la escisión (extirpación de la totalidad o de parte de los labios menores) y la ablación de los labios mayores que después se cosen con la finalidad de que cicatrice y tapen la vagina, permitiendo únicamente el paso de la orina y el flujo menstrual.
El tipo de mutilación que se realice y las condiciones depende de diversos factores (lugar, condiciones higiénicas, edad de la niña, entre otras), pero son comunes los problemas físicos y psicológicos que se derivan de ella, tanto a corto plazo, ocasionando unos dolores intensos que pueden derivar en numerosas complicaciones incluso en la muerte. Como a largo plazo en la medida en que la penetración sexual y los partos futuros provocaran nuevos dolores y complicaciones de diversa índole.
En definitiva, la mutilación de los órganos genitales lleva consigo una mutilación de sus derechos, a la libertad, a la salud, a la elección de la propia reproducción, y el derecho a la propia infancia. Cerrar el cuerpo de mujeres y niñas como símbolo de pureza no tiene otra finalidad que reservarlo hasta la entrada de un hombre, una tradición patriarcal que las reduce a meras funciones reproductoras y que es una muestra más de las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres que se legitima a través de prácticas culturales, que no son más que el reflejo mismo de la desigualdad.