La longevidad está cambiando la sociedad, los hábitos y costumbres para vivir con plenitud, dignidad, independencia… y en comunidad. Nuestra forma de pensar entre las nuevas tendencias habitacionales y entornos facilitadores de vida es una vivienda propia.
A la idea de que las personas quieren seguir viviendo su vejez según su criterio, no el de los hijos, o los profesionales, tiene mucha importancia las políticas de envejecimiento para que los mayores tengan calidad de vida, derechos y oportunidades.
Cuando nos jubilamos queremos seguir viviendo en el mismo domicilio de residencia de los últimos años. No queremos ir a vivir con los hijos ni cargarles con el peso de los cuidados…
Para favorecer el deseo de las personas de poderse quedar en casa aunque necesiten cuidados y apoyos se debería profesionalizar una red de cuidadores que faciliten la atención integral, teniendo en cuenta las necesidades de la persona y centrado en ella para que pueda decidir sobre su vida.
Hay que pensar en el respeto a la persona, a tener en cuenta sus opiniones. Antes se pensaba que la vida terminaba en la residencia y lo que se necesita son unos determinados apoyos y cuidados para que su proyecto de vida no se rompa.
Es decir, si yo porque necesito cuidados tengo que prescindir de mi vida, mis gustos, y son otros los que deciden por mí, se va perdiendo la autoestima y la visión de un proyecto de vida…
El porcentaje de aquellos que optarían por una residencia cuando su estado físico y otras circunstancias lo requiera ha descendido al 26 por ciento en los mayores de 75 años. Y hasta un 56 por ciento no creen que puedan costearse una plaza en una residencia.
Y en cuanto a los clásicos» Centros Geriátricos» que ya en Madrid en el tiempo COVID fueron entornos deshumanizados sin tener independencia ni control sobre la propia vida…
EDUCACIÓN, HACIENDA y SANIDAD, especialmente unidos ante este colectivo deberían buscar la fórmula más idónea para solucionar o facilitar la atención integral ante esta ultima etapa de la vida.